La minería es tan vieja como el hombre, más que la ganadería y mucho más aún que la agricultura, pues aún los más antiguos humanoides comprendieron rápidamente el valor de un sílex afilado o extrajeron piezas llamativas para adornarse. Más aún, cuando el homo sapiens rompió el primer fragmento de ónix comprendió que tenía cualidades diferentes a las otras rocas y se dispuso a aprovecharlas. Con este simple acto inauguró la minería.
Las diversas épocas del desarrollo humano, definidas como "Edad de Piedra'', "Edad del Bronce'', "Edad del Hierro'', nos están señalando la íntima relación que vincula el progreso de la humanidad con el aprovechamiento de rocas y minerales. Las civilizaciones antiguas alcanzaron su máximo esplendor cuando aprendieron a dominar las técnicas de explotación minera y metalúrgica. Babilonios, egipcios y romanos fueron grandes mineros al igual que aztecas, mayas e incas.
Hoy el hombre depende de los minerales para sostener su estándar de vida, ya que nos resulta imposible imaginar nuestro bienestar sin acero, cobre o aluminio, o el respaldo de nuestra moneda sin acopiar oro en el Banco Central. La riqueza de muchas naciones (algunas de ellas vecinas) se basa fundamentalmente en la posibilidad de beneficiar minerales básicos y son numerosos los ejemplos de la Historia donde se advierte la existencia de yacimientos de minerales estratégicos como razón de guerras famosas.
Pocas actividades humanas han comprendido el valor del medio ambiente como lo ha hecho la minería moderna. En nuestro país, como en casi todo el resto del mundo, la actividad minera está regulada por Leyes específicas y para cada etapa, desde la prospección hasta el abandono final de un yacimiento, existen regulaciones concretas que deben ser respetadas. Si esto es así y todos lo sabemos (nadie puede alegar ignorancia de las leyes) ¿por qué enfrentamos hoy una virulenta campaña en contra de la minería argentina? ¿A quién molesta que desarrollemos nuestros propios recursos minerales, facilitando así el desarrollo económico y social de provincias periféricas que carecen de las llanuras fértiles propias de la pampa argentina?
Ya ocurrió con la soja, aquí era mala y debía ser combatida, pero es la riqueza de los "farmers'' de Oklahoma y Kansas. Otro ejemplo lo constituyó en su momento la energía nuclear, cuando una organización ecologista extranjera atacó con máxima dureza nuestra tecnología justo en momentos en que Argentina había ganado una licitación internacional a tres países del Norte para venderle un reactor a Australia. Aquí un reactor era malo, pero vemos que en Francia, con una superficie apenas superior a una vez y media la provincia de Buenos Aires, están operando más de 50 reactores para generar toda la energía que el desarrollo económico del país reclama.
En Argentina disponemos de las riquezas naturales y el capital humano para desarrollar adecuadamente una pujante industria minera, tal como lo hacen en Chile, Perú, México o los Estados Unidos, sin mantener postergadas vastas regiones cordilleranas que carecen de posibilidades agrícolas o ganaderas. Una minería sustentable es perfectamente factible, respetando estrictamente los alcances de tal término "...cuando se satisfacen las necesidades de la generación presente sin comprometer las posibilidades de las futuras de satisfacerlas suyas...''.
Se supone que el hombre, ya sea científico, docente, peón rural, jubilado o simple peatón ciudadano, ha buscado desde sus orígenes alcanzar el máximo bienestar posible tanto para él como para sus descendientes. En esta búsqueda por incrementar las comodidades de la vida cotidiana fueron las sustancias minerales las que más contribuyeron al desarrollo de la humanidad generando a la vez, como todo lo que el hombre hace, un impacto sobre el ambiente natural del planeta donde vivimos. Cualquiera fuere el método utilizado para llegar a conclusiones relativamente seguras sobre los eventuales problemas que la actividad humana puede provocar, es esencial disponer de un adecuado conocimiento sobre todos y cada uno de los diversos elementos que concurren a su generación. La experiencia nos dice que nuestra capacidad para apreciar correctamente la magnitud de un determinado problema no es ayudada en modo alguno por los prejuicios que al respecto pudiéramos tener.
Tanto la emoción como los sentimientos tienen sin dudas un papel relevante y, en determinadas ocasiones, hasta indispensable en el desarrollo de nuestras tareas cotidianas, así como en nuestra forma de reaccionar ante cualquier problema que se nos plantee, pero no nos resultan útiles cuando se trata de identificar y evaluar una situación inesperada. Distinguir entre realidad y prejuicios representa un problema que no siempre estamos en condiciones de dimensionar adecuadamente, pues es bien sabido que la emoción y los sentimientos desempeñan un papel notoriamente intenso cuando debemos tomar una decisión. Por ello, no siempre representan guías confiables cuando el objetivo es establecer una verdad y actuar en consecuencia.
http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=550606
No hay comentarios.:
Publicar un comentario